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[Spanish] Una rival extraña

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Offline NightCat

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[Spanish] Una rival extraña
« on: October 27, 2021, 02:59:46 AM »
Subo esta nueva historia sobre una pelea un tanto particular. Espero que os guste.

UNA RIVAL EXTRAÑA

Cuando pensaba en qué sentiría si algún día me engañaban, nunca me imaginé que pudiera ser parecido a lo que estaba viviendo. Pedro vino a verme el día siguiente a que lo descubriera gracias a unas fotos que me envió. Esperaba disculpas, promesas de que no volvería a hacerlo, que me hablara a punto de llorar. Lo que sucedió fue que se disculpó, a punto de llorar y me puso en las manos un informe médico. No quería ni mirarle, pero cuando leí el informe, me volví con la boca abierta. Había restos de varias sustancias, una feromona, una droga psicotrópica y un par de compuestos desconocidos.

 —Te quiero, Virginia, nunca te habría engañado si no fuera porque aquella tipa me dio algo.

—¿Cómo pasó?

—La conocí en una cafetería. Estaba atento al móvil cuando se sentó a mi mesa. Iba a pedirle que se marchara, pero su olor era… no sé cómo definirlo, irresistible. Hablamos un rato y luego fue a la barra. Se trajo dos copas y… ¿Cómo iba a imaginarme que iba a echarme algo en la bebida?

No sabía qué hacer o qué decir.

—¿Y por qué me enviaste esas fotos de ella y esos mensajes de Whatsapp diciéndome a qué gimnasio va esa tipa y sus horarios?

—¡Yo no fui! Debió de ser ella, cuando estaba dormido, antes de marcharse.

Estuve hablando con Pedro unos minutos más y, al final, decidí que era mejor que nos diéramos unas semanas. Usaría ese tiempo para reflexionar y le diría a Pedro si lo perdonaba una vez terminado ese tiempo.

Tres días después, comprendí que, si quería perdonar a Pedro, debería encontrarme con Mayra, la mujer con quien me había engañado. Me fui al gimnasio adonde iba, en un horario en el que mi rival no estaría, y me apunté para un mes.

En la primera sesión, busqué a Mayra por todo el gimnasio, sin éxito. Lo mismo sucedió el segundo día, a pesar de que era la última hora en que el sitio estaba abierto y, por ello, había pocos usuarios. Entré al recinto donde estaban vestuarios y duchas, me enjuagué la cara en un lavabo de la hilera que había frente a las duchas y giré la cabeza cuando noté que cerraban la única puerta del recinto. Me giré y miré estupefacta a quien la había cerrado.

Era Mayra, una mujer de ojos azules y cabello negro, que lucía un cuerpo perfecto gracias al bikini azul que vestía. Mi rival me miró sonriendo, con los brazos cruzados bajo el pecho. Era una auténtica giganta, cuya cabeza no tocaba el techo por apenas dos palmos. Me acerqué cohibida. Eso era muy extraño, porque a Pedro le encantaban las mujeres bajitas. Yo medía solo 1,52. Cuando estuve lo bastante cerca de Mayra, advertí que solo  le llegaba a la parte inferior del esternón. Debía de medir 2,20 por lo menos. Había algo muy raro en aquello.

—Has venido, Virginia —dijo mi rival.

—Tú me invitaste.

—Puedes verlo así. Me gusta tener delante a las infelices a las que les robo la pareja.

Cerré los puños, enfurecida, antes de contestar.

—No tengas tantos humos. Pedro no quiere volver a verte.

—Quizá, pero piensa todos los días en mi cuerpo y en los tres polvos que echamos, que fueron maravillosos, o eso gritaba él.

Me acerqué tan furiosa que solo la altura impresionante que tenía me impidió emprenderla a puñetazos con ella. Mayra había descruzado los brazos y seguía sonriéndome de una forma que me irritaba aún más.

—¡Lo drogaste!

—Solo le quité las inhibiciones. No busques excusas: si disfrutó tanto conmigo es porque no eras suficiente para él.

Mayra dio un paso hacia mí, sonriendo. A pesar de que era tan enorme que para mirarla a los ojos tenía que torcer el cuello y le veía el rostro a través del hueco entre sus pechos, no pude más. Alcé los brazos e intenté agarrarla del cuello, pero era demasiado alta para mí. Apenas lograba llegarle a la base del cuello y sus pechos me estorbaban.

Conseguí darle algún pellizco bajo las clavículas y en la parte baja del cuello, pero mi rival me quitaba las manos al instante y me apretaba los antebrazos contra sus pechos. Tenía que tirar abajo para liberarme y volver a intentarlo. Tenía las tetas grandes y firmes y me daba asco tocárselas.

—¡Para, Virginia! —me gritó mi rival—. ¡He dicho que pares!

Su último grito lo acompañó de un tirón de pelo tan fuerte que me hizo bajar la cabeza y agarrarle las manos para que me soltara, algo que no logré hacer.

—¿Te vas a estar quieta? —dijo mientras me mantenía la cabeza inmovilizada.

Me obligaba a mirarle el vientre perfecto que tenía. Liso, con una ligera curva en la parte inferior que lo hacía envidiable. No podía culpar a Pedro de haberse dejado engatusar por aquella golfa. Aunque me hacía daño, bajé los brazos y se me ocurrió: la única forma de compensar la diferencia de altura era darle golpes bajos.

Encogí el brazo derecho, lo atrasé, cerré el puño y se lo hundí con todas mis fuerzas a mitad de camino entre el ombligo y la parte de abajo del bikini. Me dolió la mano, pero oír a Mayra gemir me dio tanto placer que seguí golpeándola en el mismo sitio lo más rápido y fuerte que pude. Al tercer puñetazo, me soltó el pelo y le agarré el pulgar derecho y le retorcí la mano, para evitar lo que quiso hacer con la otra: parar el puño que la atormentaba.

Al notar que sus dedos trataban de cogerme la manga, levanté el antebrazo y empecé a pegarle por encima del ombligo. Gimió más fuerte y golpeaba con tal fiereza que cada vez que le hundía el puño hacia arriba, el ombligo se le convertía en una ranura. Logré darle tres puñetazos más antes de verme forzada a bajar de nuevo el brazo y atacarle el bajo vientre, para que no pudiera atraparme el puño con que la golpeaba. Le estaba pegando más abajo que antes, casi en el borde del bikini. Descubrí que era mucho más satisfactorio golpearla por debajo del ombligo: los músculos eran más débiles y le clavaba mejor los nudillos.

El dolor que sufría en el puño me impidió evitar que me agarrara con fuerza el antebrazo derecho y, aunque le dejé el puño bien hundido en el vientre, no pude seguir golpeándola. Logró liberar la otra mano y me cubrí el rostro, temiendo un puñetazo en la cara. En vez de eso, me puso la mano en la frente y me empujó con ambas manos.

Di con las nalgas en el suelo, pero me levanté rápido. Mayra retrocedió hasta quedar muy cerca de la pared y me miró jadeando. Tenía enrojecido el vientre allá donde la había golpeado y esa visión hizo que me hirviera la sangre. Iba a seguir golpeándola hasta que cayera al suelo y, una vez allí, los puñetazos serían en la cara.

—¡Histérica, loca! —me gritó—. Para de una vez y hablemos.

Cargué hacia ella. Me agaché para evitar sus brazos y le di otro puñetazo bien fuerte poco más arriba de la pieza inferior del bikini. Su nuevo gemido me hizo olvidar el dolor que me estaba dejando insensible el puño derecho. Mayra retrocedió y yo avancé con ella, sin parar de hundirle el puño en el vientre. No pudo intentar una defensa hasta que no tuvo la espalda pegada a la pared. Me di cuenta de que iba a empujarme otra vez hacia atrás, así que me apreté contra ella, para inmovilizarla entre la pared y mi cuerpo.

Conseguí dejarle el puño clavado en la carne, cerca de la parte inferior del bikini, le agarré la tira de la parte de arriba del bikini que le corría bajo la axila, dejándole el brazo derecho atrapado. Escondí la cara pegándole la frente en el hígado y le lancé golpes con el puño que mantenía clavado en el vientre.

Mi rival trató al principio de sujetarme la mano derecha, con la que le hundía el puño en el vientre una y otra vez. Luchó por liberar el brazo derecho, pero no solté la tira del bikini. Aunque notaba que se estremecía y, a veces, gemía cuando la presionaba con el puño, al estar tan pegadas no podía hacer demasiada fuerza. Mi rival pareció resignarse y dejó que siguiera clavándole los nudillos en el vientre. Lo que hizo fue apretarme contra ella con fuerza y luchar para liberarse el brazo derecho. Aunque seguía presionando con el puño hacia arriba, liberaba la tensión y volvía a empujar hacia arriba, le hacía mucho menos daño por lo apretados que estaban nuestros cuerpos.

Durante un rato, seguimos así. Ambas nos dimos un descanso. Para mí, poder seguir hurgándole en el vientre mientras ella trataba de liberar el brazo me estaba provocando placer, el placer de estar dándole una paliza a la tipa que había arruinado mi relación con Pedro.

El forcejeo de Mayra creció en intensidad y temí que tenerla inmovilizada se acabaría cuando se le rompiera la parte superior del bikini. Clavé más el puño en mi rival un rato, pero sentí que esta dejaba de apretarme contra sí con el brazo libre y, medio minuto después, me quedé con la parte superior del bikini en la mano. Me distrajo un instante verle los pechos, que tenía perfectos, diez veces más bonitos que los míos, y Mayra aprovechó para darme un puñetazo en el ojo izquierdo que me derribó.

—¡Eres una zorra! —me gritó, con una mano en el vientre y algo encorvada.

Aún no había tenido suficiente y me puse en pie rápido. Me dolían la mano y el ojo, pero tiré detrás de mí la parte superior del bikini y cargué contra ella. Cuando alzó las manos para protegerse, vi con placer que tenía la piel del bajo vientre enrojecida. No pudo evitarme y volví a clavarle el puño cerca del borde del bikini. Fuera de mí, la metí a puñetazos en una ducha pequeña y seguí golpeándola.

Dentro de la ducha, la pelea se volvió más confusa. Mayra me daba tortazos, pero dentro de la ducha y siendo tan grande, no podía moverse bien y tan solo lograba que me escocieran las mejillas. En cambio, mis puños, porque empecé a golpearla con los dos, la alcanzaban con todas mis fuerzas. Le daba varias veces bajo el ombligo y luego otras tantas por encima. La hacía gemir de dolor una y otra vez, pero no conseguía que se desmayase.

Noté con asco que se dobló, con lo que sentí uno de sus pechos apretado contra la cabeza y me trabó el brazo izquierdo. Mientras seguía golpeándole el vientre con el puño derecho, luché hasta liberar el brazo izquierdo y logré empujarla en el hígado, para obligarla a quedar con la espalda en la pared y el tronco recto. Así, me pude acercar un poco más y golpearla en la parte baja del vientre con más fuerza.

Mayra aguantó el castigo medio minuto más. Logró hacerme retroceder varios pasos empujándome la cabeza con ambas manos, encogió una pierna y me lanzó hasta la mitad del vestuario de una patada que me dio en el plexo solar. En realidad no me hizo salir volando: su impulso me hizo caer y golpearme las nalgas en el suelo. Di una voltereta y rodé un par de veces antes de detenerme.

Aquel golpe tan duro me impidió levantarme de inmediato y aplacó mi rabia. Temí que Mayra corriera hacia mí para destrozarme, pero, al parecer, le había hecho muchísimo daño. Cerró la puerta de la ducha y solo le vi la cabeza. Resoplaba y gemía en voz baja, tenía los ojos entrecerrados y el rostro contraído en una mueca de dolor.

—Eres una zorra y una bestia —me dijo sin alzar la voz, resoplando—. Te prometo que te voy a denunciar si no me dejas en paz.

Me puse en pie con esfuerzo, un poco mareada aún, y decidí dejarlo ahí. Veía mal con el ojo izquierdo, que se iba a hinchar, apenas sentía la mano con que le había destrozado el vientre y la caída y las volteretas me habían dejado el cuerpo dolorido. Ya había recibido su merecido. Así que recogí la parte de arriba del bikini, me lo guardé en el bolsillo y abrí la puerta del vestuario.

—¡Devuélvemelo, puta! —fue lo último que la oí decir.

Tardé apenas un minuto en estar en la calle y caminé todo lo rápido que pude. Tenía miedo de que Mayra me persiguiera: su última patada me había hecho bastante daño y no de sentía en condiciones de seguir peleando. Por suerte, no lo hizo. Más calmada, aflojé el paso y, al meterme una mano en el bolsillo, sentí el bikini de mi enemiga. Lo saqué con la mano izquierda, ya que la derecha, que también se me inflamaría, se me había quedado inútil por el momento, y lo miré. Tuve el pensamiento ridículo de que, aquel bikini era enorme y que aquella cerda tenía unas tetas enormes. Pensé en que podía quedármelo como trofeo, aunque lo que me pedía el cuerpo era tirarlo a la basura.

Y, de pronto, el bikini empezó a arrugarse, como si se estuviera quemando, y se convirtió en un montón de cenizas que cayeron al lado de mis pies. Me quedé allí cinco largos minutos, incapaz de creerme lo que había visto.

Al final, decidí que estaba muy confusa por los golpes y la pelea, y que habría sido una alucinación. Me acerqué a la acera, esperé unos instantes y agité la mano izquierda para llamar a un taxi. Era mejor irme a Urgencias a que me dieran algo para el ojo y me vendaran la mano.

* * * * *

Cuando Virginia se marchó, Mayra se sentó en la ducha y se encogió para hacer el dolor más soportable. Resopló un par de veces e invocó sus poderes para cambiar de forma y convertirse en una mujer morena de la altura de Virginia.

Aquello no redujo el dolor que sentía, pero sí le permitió ponerse en pie y salir del vestuario: además del cambio de cuerpo, había creado ropa nueva. Salió del gimnasio vestida con una camiseta roja escotada y unos pantalones de punto negros. Ambas prendas se le ceñían al cuerpo y se regocijó al notar que un tipo con el que se cruzó le echó una buena mirada.

Era irresistible, por algo era una súcubo. El vientre le ardía, pero Mayra iba contenta y, a pesar de lo fuerte que Virginia le había pegado, en un par de días se habría repuesto por completo, sin necesidad de que ningún humano con bata blanca le pusiera la mano encima.

Todo había salido bien. Había seducido y drogado al novio de Virginia adoptando el mismo cuerpo había lucido delante de la chica, solo que en vez de los dos metros y veinte centímetros que tenía el el gimnasio, adoptó la misma altura que Virginia. A su novio le gustaban las mujeres bajitas y los deseos del hombre que la iba a dejar embarazada eran órdenes para ella.

Se tocó satisfecha el vientre dolorido. Pedro necesitó hacerle el amor tres veces para dejarla embarazada, pero sentir a su nueva hija en el interior le hizo sentir que había valido la pena. Y los golpes, llenos de rabia, de Virginia le habían comunicado a su retoño el odio que necesitaba para convertirse en una súcubo fuerte. Había adoptado aquella altura tan enorme para una mujer humana con el propósito de que Virginia solo tuviera fácil golpearla en el vientre. La verdad era que, para ser una humana tan bajita, tenía los puños bien fuertes.

Mayra se detuvo porque el semáforo estaba verde. Se quedaría una semana más en el mundo de los humanos, para salir de fiesta y divertirse rechazando a hombres en las discotecas, y volvería al infierno para dar a luz. El embarazo de las súcubos solo duraba dos meses. Descansaría una o dos semanas tras el parto y volvería al mundo humano.

Solo tenía diecinueve hijas; muy pocas para una súcubo tan ambiciosa como Mayra.
« Last Edit: October 27, 2021, 03:00:39 AM by NightCat »

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Offline Dario

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Re: [Spanish] Una rival extraña
« Reply #1 on: October 27, 2021, 06:44:48 PM »
Efectivamente, una historia extraña y distinta, pero me ha gustado mucho.
No soy fan de las peleas de chicas en primera persona, pero está muy bien escrita y es excitante, muchas gracias.

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Offline NightCat

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Re: [Spanish] Una rival extraña
« Reply #2 on: October 31, 2021, 08:48:36 PM »
Muchas gracias por el comentario, Dario. Me alegro mucho de que te haya gustado.

No todas las historias que tengo son en primera persona, pero de vez en cuando me gusta usarla para historias de este tipo.

Saludos.

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Offline sugoishadows

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Re: [Spanish] Una rival extraña
« Reply #3 on: November 02, 2021, 06:30:49 PM »
Gracias por tu historia.
I love fem vs fem, muscle mixed, stories, movies, manga.

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Offline NightCat

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Re: [Spanish] Una rival extraña
« Reply #4 on: November 12, 2021, 01:00:28 PM »
Gracias, sugoishadows, por leerla  y comentar :)

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Offline sugoishadows

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  • Antonio Manuel
Re: [Spanish] Una rival extraña
« Reply #5 on: November 22, 2021, 09:04:08 PM »
Gracias por escribirla.
I love fem vs fem, muscle mixed, stories, movies, manga.