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Una "mala" noche...(español, castellano)

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Offline RASRAS

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Una "mala" noche...(español, castellano)
« on: October 05, 2020, 02:33:48 PM »

…llegué muy tarde y cansado a casa esa noche de viernes. Aprovechaba el tiempo en revisar la imposible contabilidad del local, ahora que estaba cerrado, para volver a darme cuenta de lo insostenible de la situación. Un caso perdido. Recogí el equipo sin interés y lo metí desordenado en la bolsa. Cuando salí a la calle desierta de la ciudad, por la cuarentena, seguía dándole vueltas al imposible enredo. Reflexionando y sin tomar una decisión evidente. El flamante nuevo local del barrio había liquidado cualquier posibilidad de negocio. Era un gimnasio moderno y multiusos frente a mi vetusto garito de boxeo. Los pocos clientes que conservaba estaban más por amistad que por otra cosa. La competidora propietaria, una vistoso bombón, se desvivía, hasta más de lo necesario por sus clientes, es decir, por los míos… Circulaba por vías secundarias con la intención de pasar desapercibido a la policía, me estaba saltando la cuarentena. Hacía un poco de frío, noté algún escalofrío. No me extrañó, los nervios antes de una pelea solían ponerme así. Al acercarme al local tuve que salir a una gran avenida iluminada y me sorprendió un alboroto. Un animado grupo discutían con los nacionales con mucha familiaridad. Con cuidado volví a las callejuelas oscuras y dí una rodeo. Me preguntaba cómo diablos había acabado volviendo a los combates subterráneos. Demasiado bien lo sabía: las letras del banco y mis malas compañías de juventud. El propietario del local, Enrique Pérez, era un viejo conocido de entonces. Los últimos meses el saldo se había equilibrado con ese sangriento dinero….y la verdad, no me había ido mal. Cuatro peleas y tres victorias, no era mal récord para un “maduro” entre chavalines. El local es un restaurante de lo más fino, esconde en su parte trasera reservados para las “timbas” de juego y un amplio salón de mesas de billar, en el que los días indicados, se montaba el ring de lucha, para las peleas ilegales con apuestas.
Al entrar por la puerta antincendio me dirijo directamente al vestuario. Al verme mi amigo Pérez me detiene y sin muchas contemplaciones me indica que me cambie en la oficina. Me cabrea, pero decido no discutir. Al fin, él es quien paga. Mi curiosidad crece cuando me encuentro en la oficina calentando a los dos muchachos del combate inicial. Les pregunto por la anormalidad del acomodo. El más joven me dice que quien se esta cambiando allá ha entrado con la policía, con mucho barullo. No entiendo nada, pero su sonrisa burlona no me tranquiliza  ¿Quién coño será el personaje que me tocará en esta velada?
La curiosidad me pica, pero prefiero concentrarme en la rutina. Me visto con tranquilidad, me vendo las manos y caliento con calma. Mis acompañantes salen a su tarea y las voces comienzan en el salón acompañando al ruido seco de los golpes y los chirridos de las botas contra el tapiz. No parece ser una noche muy concurrida, hoy Pérez no va ha hacer un buen negocio. Por un momento me preocupo por mi soldada, pero me esfuerzo por seguir concentrado. El primer combate no parece ser del gusto del respetable, los silbidos y abucheos menudean.
Sin acabar el previo, Enrique se acerca a la oficina. Me sorprende porque habitualmente se empeña en llevar las apuestas personalmente. Mientras yo sigo a lo mío, se acerca y se disculpa por lo del vestuario. Más sorpresas para una noche. Me explica que ya lo entenderé más tarde y que esta noche cobraré el doble. El anuncio me deja parado, con menos ingresos del porcentaje de apuestas, Pérez me promete más dinero…
Sale a escape antes de que reaccione y me quedo aún más sorprendido. Vuelvo al calentamiento cuando la gresca en el salón sube de volumen. Luego aparecen los dos chicos del combate de apertura. El de la sonrisa burlona lo traen primero, medio nokeado, pero los dos bastante trabajados. No habrán dado espectáculo, pero desde luego han sudado la paga.
Al rato el asistente de esquina me avisa que me prepare para salir. El murmullo fuera es sordo y sostenido. Cuando salgo al salón descubro, entre la penumbra, que sólo rompen los focos cenitales del cuadrilátero, un aforo mínimo de público distribuido en pequeños grupos. Esto parece más una fiesta cerrada que un evento normal. Sigo el pasillo hasta la tarima, sin reconocer a ninguno de los habituales. El auxiliar me ayuda a entrar al ring y me dirijo a mi esquina ha hacer algunos estiramientos. Enrique se acerca y me desea suerte, que me divierta... Nos interrumpen los murmullos. De los vestidores sale el grupo de mi oponente. Varias personas le rodean, pero con claridad destaca por su altura y una chillona bata de un rojo indescriptible. Sale dando saltitos con la capucha sobre la cara. Dos chicas la preceden muy provocativas. Se colocan en su esquina. Entre las animadoras se percibe una figura alta y atlética. Pérez desde el centro indica que será un combate libre y sin árbitro, hasta que un oponente se retire o resulte out, en asaltos de cinco y con descansos de dos minutos. Cuando los ajenos abandonan el entarimado, la figura de mi rival crece.
Mi estupor no tiene límite cuando se retira la capucha y su bata se desliza…el anónimo boxeador, en la penumbra de su esquina, es una mujer!
Mis ojos recorren un hermoso y poderoso cuerpo, una hembra de caderas voluptuosas y pecho generoso. Enfundada en un calzón negro satén con ribetes dorados, unas botas altas y unos guantes a juego. Busco con intensidad a Pérez, que se oculta entre la gente, me hace un burlón gesto de adelante y vuelve a las apuestas. Suena la campana. Ante mi aturdimiento en el rincón, la mujer avanza saliendo de las sombras. El atlético y curvilíneo cuerpo femenino remata en el rostro desafiante de mi competidora del nuevo gym. Entre sus guantes negros descubro la sonrisa atrevida y descarada, su poderosa y regular mandíbula, sus pómulos marcados y su melena negro azabache, rodeando sus desafiantes ojos negros.
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Mi expresión debía decirlo todo. Ella ansiosa desde el centro me anima bajando su guardia y burlándose:
-¡Vamos machito! que no se diga…
Los silbidos y abucheos se animan. Las dos animadoras que acompañan a mi rival se divierten, enseñándome las tetas desde su rincón. Enrique me grita que vaya a por ella. Al final doy unos pasos embobado, con los brazos descuidadamente a media altura. Ella se coloca y empieza a bailar rodeándome y ha disparar golpes con su izquierda en mi desmadejada guardia. La veo golpear con continuidad, esquivando con incredulidad. La gente se anima y yo me despisto entre la neumática luchadora que me acosa y el ambiente fuera del ring. En ese momento aprovecha para apartar mis brazos y descargar un potente derechazo en mi “jeta”, que evidentemente yo no esperaba. La impresión del topetazo me devolvió a la realidad y a la pelea. Retrocedo un paso y recupero la guardia. Amago un directo con la izquierda, aprovechando que sube la defensa, le meto la derecha al estómago profunda, franca y sólida. No esperaba tumbarla, pero me sorprende la normalidad con que acepta el castigo. No se encoge, ni se retira, recupera la guardia y bascula sin perderme la cara. Me mira a través de los guantes. Me incita:
- Venga, enseña lo que vales campeón!
Sigue golpeando con fuerza mis antebrazos, intentando llegar al rostro. Retrocedo, paso a paso, viéndola venir sin cuidar la defensa, como una leona. Cuando mi espalda está cerca de la esquina, me lanza un boleón con toda su rabia. Esquivo y aprovecho su impulso para impulsarla contra las cuerdas. Desequilibrada por la sorpresa se apoya en las cuerdas, momento propicio para colocar varias manos a la cara por primera vez. Cuando se recompone, me separo un paso para evitar volver a la esquina. Ella vuelve incansable a lanzar guantazos. La intento contener con Jabs directos, pero la distancia de sus brazos la protege. Su envergadura me va a obligar a pelear duro. Ella se da cuenta de mi indecisión y se burla. Me empiezo a preguntar quién me habrá metido en este combate y con qué interés. La reflexión dura poco, la fémina no detiene el golpeo, aunque no acierta mucho. La situación empieza ha ser pesada. Decido dejar de parar y esquivar golpes. Empiezo a girar y golpear en el costado, por debajo del codo. Al tercer puñetazo lo siente y retrocede descubierta. El instinto me hace saltar como un muelle. Le golpeo con un crochet de izquierda en la frente y un derechazo en plena cara. Los golpes la aturden. Cuando se cubre, una combinación contundente al cuerpo que le obligan a retorcerse y agarrarse. En la sala se hace el silencio, sólo las dos animadoras de mi rival siguen gritando. La intente apartar con los brazos, pero se resistía como una anaconda. Acabamos rodando por la lona. El contacto con su opulento cuerpo sudoroso me recuerda que estoy luchando con una mujer. Momento que aprovecha para restregar la parte interior del guante por mi cara. La artera vieja escuela. Yo le devuelvo el favor con un codazo en el costado. Nos separamos y nos incorporamos en el momento que suena la campana.
La bella se retira a su esquina lanzando besos al respetable. Pérez me espera en la esquina sonriente y cachondeandose. Cuando recupero el resueyo, le pregunto por la encerrona. Me contesta divertido que él no tiene nada que ver, es un encargo. Él cobra por el alquiler del local y por los luchadores…salvo por la mujer. Mi cerebro tiene una chispa de lucidez. Con la mirada atravieso el ring, la mirada felina me responde retadora. La zorra lo ha organizado todo. Como si leyera mi pensamiento, me lanza un beso y me señala con el pulgar invertido. Enrique me da una palmada y me aconseja, como no empieces a pelear a fondo, esa “jaca” te va a joder poco a poco. Cuando se va de la esquina suena la campana.
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Nos levantamos casi a la vez, nos vamos uno contra el otro. Ella comienza el repetido golpeo sin precisión ni contundencia. Yo aguanto el chaparrón con desplazamientos, a la espera. Cuando se confía y empiezan a alargar los brazos, doy un paso y me colocó dentro de su guardia. Me incorporo y le lanzo un gancho a la mandíbula. Al retirarse le golpeo el hígado. Se agacha por el dolor, bajando las defensas. Aprovecho y le estampo un crochet ascendente de derecha sin compasión. El golpe la eleva y cae de espaldas en la lona. Me retiro unos pasos, como un caballero, con los brazos en jarra. La desilusión del público es evidente. Las animadoras saltan al ring para ayudar a su amiga. Pérez también viene y me recrimina intentar finalizar tan rápido. Cuando estamos discutiendo, la mujer se incorpora. Reclama continuar la pelea, la gente encantada. Enrique saca a todo el mundo del cuadrilátero y antes de cruzar las cuerdas me recuerda, es la zorra del gym…
Nos volvemos a juntar y chocamos los guantes deportivamente. Ella no viene ya tan sonriente, la mueca de rabia es expresiva. La diferencia de altura es más clara ahora que boxea más cubierta y defensiva. Lanza los golpes de lejos y no descuida su guardia. Golpea con mayor certeza combinaciones cortas. Yo me dedico a bailar y circular, colocar algunos golpes de contra sin mucha eficacia. Cuando la mujer empieza a recobrar la confianza, vuelve a sus ataques más violentos y desordenados. Para contenerla empiezo a alejarme y girar. Ella lo interpreta mal y se envalentona. Comienzan de nuevo sus burlas y desplantes:
-Vamos, vamos cabrito ven con mamita…- las risotadas de las improvisadas asistentes son escandalosas. La doy el gusto y me planto a esperar como arremete. Los golpes estallan contra mi guardia. Nos empujamos guardia contra guardia, cabeza con cabeza, conectando ganchos cruzados al cuerpo y a la cabeza alternativamente. El daño no es mucho, el desgaste sí. Agotados nos agarramos. Su corpulencia me encierra en la esquina, casi acostada sobre mí. Me intento escapar girando, ella me atrapa agarrando las cuerdas con un brazo y rodeando mi cuello con el otro. Con el brazo libre la golpeo repetidas veces el costado. Intento escapar del abrazo, pero se pega como una lapa. En el forcejeo, con gran alegría por parte del respetable, aprovecha su ventaja de altura, para sofocar mí cara con sus protuberantes pechos. Los gritos salvajes la animan a repetir la hazaña cambiando de teta. Cuando se está restregando, por instinto, lanzo un golpe a ciegas. La alcanzo de lleno en la otra teta. El dolor hace que afloje la presión y la vuelvo contra las cuerdas. Las tornas se cambian. Ella es la encerrada y presionada. La empujo y cuando las cuerdas la devuelven la golpeo. Cuando quiere escapar la abrazo contra las cuerdas de nuevo. La cosa se pone difícil para ella. Sólo se preocupa de cubrir el pecho herido y su guante libre no impide que le hiera en la cara y el cuerpo. Cuando he repetido varias veces la operación, con excelentes resultados, su sudoroso y excitado pezón desguarnecido llama mi atención. Ella cubre su cara cruzando un brazo, el pecho dañado con el otro guante, la diana es irresistible. La contundencia del golpe en la zona sensible hace explotar al público. El latigazo de dolor la obliga a agarrarse y su peso nos hace enredarnos entre las cuerdas en la esquina. Nos mantenemos forcejeando, el sudor nos resbala hasta el tapiz. Cuando recupera el aliento lucha por encerrarme, con todo su caliente cuerpo, contra las protecciones. No viendo el peligro, cansado, me dejo arrastrar. Enlazados en la esquina me susurra:
-Así que te gusta jugar duro, cabronazo…no veo el furioso relámpago en sus ojo, pero sí noto como su rodilla resbala por mi muslo, sin poder evitar el impacto en su destino. El dolor me atraviesa, las piernas me ceden. Desmadejado caigo a la lona, hecho un ovillo, cubriendo tarde la zona dolorida. El zumbido en mi cerebro impide que oiga la ruidosa reacción de los divertidos asistentes. Mientras yo me retuerzo de dolor ella se pavonea por todo el ring recibiendo los calurosos parabienes de sus incondicionales. Me medio incorporo cuando el cuadrilátero está lleno de gente. Pérez me restriega por el pecho y la cara una esponja sucia, me espabila más por asco que por otra cosa. La agresora se acerca cuando intento levantarme. Con una rodilla en la lona, las piernas me tiemblan. Me sujeta la barbilla y con su cara muy cerca me dice:
-Bueno baby, retomamos la conversación o ya se te finiquito la cuerda?...sus acerados ojos negros me proporcionan la fuerza que las piernas no aportan. Apoyándome en Enrique me incorporo cuando suena el final de la segunda ronda. Ella se retira desilusionada hacia su rincón. Yo me arrastro ayudado de Pérez, encantado de mi medio recuperación. El auxiliar voluntarioso me vacía el resto del líquido apestoso del cubo encima. Las risotadas del divertido auditorio estalla por la ocurrencia, mientras estampo el cubo al imbécil. Aprovecho el respiro para intentar limpiarme restregando el cuerpo con la toalla. Observando a la otra esquina me alegro reconociendo las marcas, ya aparentes, de mi trabajo en la bella. Los moratones de la cara y el cuerpo destacan en su piel sudorosa. Especialmente el enrojecido pecho derecho, que recibe las atenciones de una de sus improvisadas esquineras. Me doy cuenta de que la panorámica me excita, produciendo una incipiente erección. El recuerdo del round finalizado me devuelve a la sensatez. Desvío el campo visual, me encuentro de pronto con su mirada. Entre curiosa y burlona, tengo la desagradable sensación de que ésta bruja me lee el pensamiento. Cuando le sostengo la mirada, la muy zorra, se lame los labios con morbosa voluptuosidad. La erección vuelve al instante. Intento centrarme en pensar una estrategia cuando el gong anuncia el tercero. Ella, animosa, ya está en pie.
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Me acerco cauteloso, cuando ella me espera en el centro. Golpea sus guantes inquieta. Le acerco el guante para saludar, ella se inclina sibilina y me susurra:
-En esta ronda te acabo, cabroncete. Y ostensiblemente dirigiendo su mirada a mi entrepierna:
-Cómo va por ahí abajo...sobando con su guante mi calzón. La aparto de un empujón y me coloco en guardia. Empezamos a movernos amagando golpes. Yo espero que ella entre para llegarle, pero no lo hace. Se mantiene a media distancia. Da un paso golpea y se retira. Yo lanzo bolados y crochet contra sus brazos o al aire. Cuando me intento colar en su guardia, se retira con agilidad. Intento cortarla el paso, arrinconarla en las cuerdas, pero se desliza. Las embestidas de la leona se han transformado en el escurridizo picotazo selectivo de una cobra. Durante unos minutos me veo persiguiendo un golpe que no consigo. La persigo por todo el ring, recibiendo golpes desde lejos. Los presentes sorprendidos y algo aburridos empiezan a mostrar enfado. Me doy cuenta que esta táctica me desgasta y no conecto. Me planto al lado de una esquina y la espero, bien cubierto. Se acerca, golpea en mi guardia y se retira. No me muevo. Ella repite y me quedo plantado. Se mueve con facilidad amagando entrar y salir, como un gato jugando con un ratoncito. Pero este roedor no pica. Cuando amaga entrar me desplazo a un lado o en diagonal. Intercambiamos una mirada de inteligencia entre silbidos de aburrimiento. Ella se burla con chulería:
-Vamos, machito. Se te acabó la gasolina…sus asistentes celebran su genialidad con risotadas. Pero me mantengo al acecho. Se inquieta y empieza un golpeo más continuo. La dejo sin responder, a veces amago, pero vuelvo a la posición. Ahora es ella la que vuela brazadas al aire fuera de la distancia. Poco a poco la acerco a la esquina y la giro.  En una temerosa entrada la contragolpeo y al escapar se encuentra en las cuerdas. Al pivotar a su izquierda se encuentra con un crochet en plena cara que la hace resbalar. Casi apoyada en las cuerdas inferiores no evita un gancho descendente en la oreja, antes de conseguir escapar, repito en el pecho. La retirada no le evita recibir otra guantada de refilón en el cuerpo. Se aleja de lado resoplando, mientras la sigo tranquilo. Me lanza un golpe cargando con todo, pero agacho la cabeza y lo encajo en la frente. Cuando nos incorporamos ella intenta agarrarse. Llega tarde, le golpeo el estómago repitiendo hasta que consigue pegarse. Exhaustos por el esfuerzo y la golpiza nos mantenemos enlazados sobre las cuerdas. Sus tetas, clavadas en mi pecho, fluctúan arriba y abajo al ritmo de su forzada respiración. La relajación muscular momentánea me deja notar la terrible excitación de mi miembro. Me acerco a su oreja y le susurro:
-Eres una puta muy jodida de doblar…Ella, con la respiración entrecortada, replica:
-Cabronazo, para la edad que tienes, estas dando mucho juego…me dio un lametón por toda la cara, mientras me apretaba dolorosamente el paquete. Conteniendo la respiración le empujo para apartarla,  se tropieza, trastabilla y se medio cae. Cuando me aparto de las cuerdas noto la pegajosa humedad en el calzón. Mientras me alejo miro, un poco avergonzado, la extensa mancha en la pernera…
El impacto me pilló de improviso. Mi despiste le dio la oportunidad. Salto sobre mi y me encajó un terrible golpe en la perilla, retorciéndome hacia las cuerdas. En el impulso de vuelta, me recibió con un directo en la cara y repitiendo en el pómulo. Cuando automáticamente subí las defensas, estaba ya medio knockout. La magullada belleza estaba dispuesta a no desaprovechar la ocasión. Sorteando mi guardia me sacudió de lo lindo los flancos, minando mí resistencia. A punto de echar rodilla en tierra, por falta de aire en mis pulmones, tambaleante, sólo lo impedía el brazo de la traidora contra mi pecho. Empeñada en rematarme a derechazos secos a la cabeza, me sostenía contra el ensogado. Mi instinto animal o mi entrenamiento me salvó de la mayoría de la lluvia de atropellados empellones. No sé cómo conseguí abrazarme a su cuerpo y detener la golpiza. Cuando me volvió el sentido y algo de fuerza estaba forcejeando con su escurridizo torso, enredados entre las cuerdas y la lona. El combate enmarañado de la zorra inmisericorde, que braceando golpes y hasta con codazos sobre mi mermada anatomía, pretende cumplir su amenaza me masacra ya en el suelo. La estrujo el tronco de medio lado, ocultando la cabeza debajo de su sobaco, contra su esponjoso pecho malherido y sudoroso. Pese a la situación extrema, la erección ha vuelto. Con un esfuerzo casi imposible, en un movimiento más propio de la lucha olímpica que de un combate pugilístico, consigo ganar su espalda. Con la ayuda del sudor la empujo con la cadera hasta que escurre medio cuerpo fuera de la tarima. Enredada entre las cuerdas y medio colgando fuera del ring, consigo detener sus golpes y tambaleante alejarme a la otra esquina. Observo desde allí, respirando como una locomotora, las maniobras de sus dos acompañantes para sacarla del enredo. Enrique desde fuera me pasa su bebida y aprovecho los hielos para refrescar mi rostro ardiente. Él sonriente y satisfecho, acaso creyendo que para animarme, susurra:
-¡Vaya mujer!, bueno machote la noche está hecha. Ya puedes acabar con ella…me giro incrédulo para ver como se aleja. Vuelvo la vista cuando la guerrera se incorpora al cuadrilátero. Avanza decidida y rabiosa. Respiro hondo y me preparo para la tormenta. Me recibe con una serie de crochets sin respirar que medio intercepto. Me adelanto con intención de recortar la distancia. El cansancio me hace ser lento, me ve y me recibe con un gancho que se cuela en mi guardia. Me sacude la cabeza hacía el techo. Me cuelgo a su cuerpo. Nos tambaleamos de cansancio. Forcejeamos, ella empuja para apartarme y yo intento agarrarme para descansar. Se descuida y cuando suelta sus brazos la separo. La sorprendo devolviendo su gancho con las fuerzas que no me quedan. Se tambalea y se inclina hacía mí. Sus largos brazos por fuera de mis hombros y toda su anatomía a mi merced. Le encajo un gancho a la altura del esternón. Cuando se encoge, intento repetir en su mandíbula, pero el guante se tropieza con su pecho amoratado. El doloroso golpe la hace encogerse e intentar apartarse. La intento sacudir un directo que se encaja en su cuello, por debajo de la mandíbula. Cae plana y me arrastra con ella. Me incorporo con pena de su mullido cuerpo. Ella dolorida se encoje. La campana nos da un respiro. Cuando me dirijo a la esquina sus asistentes la levantan y se la llevan. Me dejo caer en la banqueta a plomo, destrozado y sin resueyo. Antes de que Enrique me deleite con una de sus guasas, le miro de frente y le escupo:
-Si tienes prisa por cerrar, te presto los guantes y te cedo el turno. Te dejo a la zorrita a punto de caramelo…Pérez sin abrir la boca me pasa una botella. Me riego con el agua refrescante la cabeza y el cuerpo, con el resto intento disimular mi vergonzoso calzón. Me refresco la boca con los hielos del eterno JB de Enrique. Cuando los escupo en el destrozado cubo del agua, descubro que el salón está vacío. Busco el viejo reloj de ojo de buey y ,al ver la hora, miro a Pérez interrogante:
-Pero cómo puedes ser tan hijoputa? Pérez se aparta, encogiéndose de hombros:
-Amigo mío, quien paga manda…y siempre tan a tiempo, suena el inicio de otra ronda, con una duración desconocida. Respiro hondo y me incorporo. Ésta vez los dos llegamos al centro a la vez, con los guantes caídos. Viendo el deplorable estado de la mujer me imagino el propio. Cuando estamos a una distancia prudente le ofrezco el guante. Me tiende el suyo esta vez y chocamos. Le pregunto que porqué…
-Soy así y… es muy divertido…Su respuesta me desmontó y creo que ella lo leyó en mí cara.
-Estuve a punto de entrar a tu garito, pero no me pareció apropiado…hizo un mohín muy coqueta, se ruborizó un poco y se llevó los guantes a la cara. La fiera que acababa de reventarme la entrepierna se ruborizaba. Me quedé planchado. La miraba incrédulo, sin saber cómo reaccionar. Enrique, tan oportuno, se animó a destrozar el gong a golpes aburrido. La magullada y dolorida mujer recobró su guardia y empezó a desplazarse con su media sonrisa maliciosa semi oculta tras los guantes. No sabiendo qué era lo apropiado, me limité con desgana a imitarla…
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¿Cómo diablos se remata ésta historia????????????????? ¿??????????? ¿??????????
 
 
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Offline sugoishadow

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Re: Una "mala" noche...(español, castellano)
« Reply #1 on: October 07, 2020, 07:36:50 PM »
Gracias por tu historia :)

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Offline RASRAS

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Re: Una "mala" noche...(español, castellano)
« Reply #2 on: October 08, 2020, 03:37:54 PM »
Gracias por leer sugoishadow, espero que lo disfrutaras...